Si el gobierno pensaba que la campaña
por la “democratización” de la Justicia le iba a permitir salir de su
impasse, se equivocó grueso. En vez de palmas, cosechó un cacerolazo
masivo en su contra y revitalizó a una oposición, la cual estaba más
cerca de quedar desahuciada que de convertirse en alternativa de poder.
Tampoco le sirvió para cohesionar sus propias fuerzas, como lo probaron
las deserciones que surgieron dentro del oficialismo, desde el CELS de
Verbitsky, pasando por sectores de Carta Abierta y de “justicia
legítima” hasta la CGT-Balcarce, que se vio obligada a denunciar el
evidente intento de limitar el derecho a huelga. En buena medida,
ocurrió lo contrario que con la “ley de medios”, cuando el gobierno se
valió de esa campaña para conquistar apoyo popular y dividir a la
oposición. Acá se dividió el gobierno y en la opinión pública el
retroceso de CFK alcanza los 10 puntos en sólo un mes.
El costo que pagó el gobierno por esta
reforma tampoco lo habilita a disfrutar de sus beneficios. Es que aún
deberá atravesar por las presentaciones judiciales que, como han
anticipado, realizarán decenas de organizaciones de jueces y de
abogados, las que dejarían a la reforma en el limbo de la
inconstitucionalidad. El pronóstico es negativo, si se tiene en cuenta
el fallo desfavorable que acaba de sufrir el gobierno por la “ley de
medios” y en favor de Clarín. La palabra final la tendrá la Corte, cuyo
presidente fue denunciado por Carrió por un supuesto pacto con el
gobierno. Aunque las maniobras delincuenciales no deberían sorprender a
nadie, no alcanza con darle a la Corte lo que ya tenía -el manejo de su
presupuesto- para ganarse un fallo favorable a la constitucionalidad de
estas leyes. La Corte tiene sobre sí la presión de la corpo judicial que
rechaza las reformas, así como también el miedo a convertirse en el
foco de un cacerolazo que coloque a Plaza Lavalle como uno de sus
objetivos. La Corte Suprema se va transformando en el árbitro de una
crisis que envuelve a todo el régimen.
La reforma judicial ni siquiera le
asegura al kirchnerismo una bandera para enarbolar en las elecciones
ante un eventual rechazo judicial. Esto, porque ha quedado de manifiesto
su naturaleza reaccionaria, si se tiene en cuenta el intento de
eliminar el sistema de cautelares contra las arbitrariedades del Estado,
el cercenamiento del derecho a huelga y el alargamiento de los procesos
judiciales para trabajadores y jubilados. La reforma judicial tampoco
le ha servido para granjearse el apoyo de la clase capitalista, que ve
en ella un intento de la camarilla gubernamental para acentuar aún más
el intervencionismo.
Retroceso de conjunto
Sería equivocado, sin embargo, atribuir este retroceso sólo a los proyectos de reforma judicial. Antes estuvieron las inundaciones y las revelaciones de corrupción de la camarilla oficial. Mediante la anulación de la Justicia como poder independiente del Ejecutivo, el gobierno pretende establecer un régimen de emergencia que le permita descargar la crisis sobre las espaldas de los trabajadores y protegerse de las causas que apuntan a los negociados de la propia camarilla. De este modo pretende proseguir con el saqueo de la Anses para pagar la deuda, forzar negociaciones paritarias a la baja o sostener el cepo cambiario para cubrir el agujero negro creado por el vaciamiento energético. Pero es justamente este régimen de emergencia el que hace agua por todos lados, como lo prueban la permanente fuga de capitales y la trepada del dólar paralelo, lo que amplía el alcance de la desorganización económica.
Sería equivocado, sin embargo, atribuir este retroceso sólo a los proyectos de reforma judicial. Antes estuvieron las inundaciones y las revelaciones de corrupción de la camarilla oficial. Mediante la anulación de la Justicia como poder independiente del Ejecutivo, el gobierno pretende establecer un régimen de emergencia que le permita descargar la crisis sobre las espaldas de los trabajadores y protegerse de las causas que apuntan a los negociados de la propia camarilla. De este modo pretende proseguir con el saqueo de la Anses para pagar la deuda, forzar negociaciones paritarias a la baja o sostener el cepo cambiario para cubrir el agujero negro creado por el vaciamiento energético. Pero es justamente este régimen de emergencia el que hace agua por todos lados, como lo prueban la permanente fuga de capitales y la trepada del dólar paralelo, lo que amplía el alcance de la desorganización económica.
La oposición tradicional enfrenta la
situación con la esperanza de obtener, en esta crisis, un desgaste del
gobierno. La misma crisis, sin embargo, ha acentuado su división. Si el
“mensaje de la cacerolas” era la unidad de la oposición, lo que tenemos
es una mayor fragmentación. Es lo que ocurre con el centroizquierda en
la Ciudad, que ya se ha partido en tres bloques. Detrás de las banderas
republicanas, la oposición enarbola la defensa de un régimen judicial
corrompido hasta la médula, defensor de los intereses capitalistas. El
centroizquierda participa alegremente de este “circo republicano”,
porque le da la excusa perfecta para dejar de lado cualquier
reivindicación social y nacional. Pero los límites de esta oposición son
justamente los del propio gobierno: la crisis capitalista y el
agotamiento del “modelo”, que ponen de manifiesto su incapacidad para
ofrecer una salida. Los Macri, los Scioli, los De la Sota sufren en
carne propia la crisis, que actúa como un factor de socavamiento de sus
propios gobiernos.
Afrontamos una crisis de fondo, cuyas
causas son comunes tanto para el gobierno como la oposición. En este
cuadro, el Partido Obrero lucha por construir una salida anticapitalista
a la crisis, que tiene por sustento el proceso de descontento popular
que crece como consecuencia de la descomposición económica y política.
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