El parto del chavismo se produjo a
finales de febrero de 1989, cuando una rebelión popular -el Caracazo-
contra el programa fondomonetarista del gobierno que acababa de asumir,
bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez, fue masacrada por una
represión ejecutada por el ejército. Fue el final del ciclo histórico
del nacionalismo civil pequeño burgués, que encarnó durante cincuenta
años el partido Acción Democrática. Tres años más tarde, desde las
propias fuerzas armadas emergió una reacción contra los represores del
Caracazo, bajo la sublevación de oficiales de menor rango, conducidos
por Hugo Chávez, quienes esgrimieron un planteo nacionalista. La
sublevación sacó de nuevo al pueblo a las calles -aunque de un modo
incipiente- y convirtió a ese golpe militar peculiar (contra el gobierno
y los mandos de las fuerzas armadas) en una semi-sublevación popular.
En la conciencia del pueblo se alojó la idea de que podría contar a su
favor con las armas del país. El chavismo no nace de una combinación
parlamentaria ni de un enjuague entre camarillas de partido, sino de una
conjunción del nacionalismo uniformado con una parte de las masas. El
Caracazo y la sublevación del ’92 son el repique de campanas que
anticipa el derrumbe del proceso de privatizaciones y endeudamiento que
han caracterizado a la etapa neoliberal. Curiosamente, el menemismo
habría de debutar cuando en Venezuela se ponía de manifiesto que éste
estaba condenado a acabar en crisis semi-revolucionarias.
Nacionalismo
El nacionalismo militar chavista entronca con la historia de su propio país y de toda América Latina. Es el caso de Perón y de los nacionalismos militares, por ejemplo, en Perú (Velazco Alvarado) y en Bolivia (Juan José Torres), a finales de los ’60, los que nacionalizaron a las compañías petroleras extranjeras y las haciendas azucareras -en algunos casos sin indemnización. Todos estos movimientos, como luego el chavismo, hicieron alarde de alguna particularidad de alcance excepcional, en especial en lo relativo a su líder. El caudillismo refleja la escasa diferenciación social del movimiento de masas y el empeño del nacionalismo de presentar al pueblo como un bloque unido por intereses exclusivamente nacionales. Distorsionan, con este procedimiento, las razones históricas de su emergencia: el protagonismo de las masas, que con acciones y sacrificios repetidos, pusieron en evidencia el callejón sin salida de las relaciones sociales vigentes; por último, la conexión de la crisis social y política en un país con la declinación histórica del conjunto del sistema nacional dominante. La pretensión de representar a la nación o el slogan de la unidad nacional apuntan a justificar el sometimiento político de la clase obrera a lo que se bautizaría “la comunidad organizada”. Es la justificación ideológica del maniatamiento de los sindicatos por parte de una burocracia integrada al Estado.
El nacionalismo militar chavista entronca con la historia de su propio país y de toda América Latina. Es el caso de Perón y de los nacionalismos militares, por ejemplo, en Perú (Velazco Alvarado) y en Bolivia (Juan José Torres), a finales de los ’60, los que nacionalizaron a las compañías petroleras extranjeras y las haciendas azucareras -en algunos casos sin indemnización. Todos estos movimientos, como luego el chavismo, hicieron alarde de alguna particularidad de alcance excepcional, en especial en lo relativo a su líder. El caudillismo refleja la escasa diferenciación social del movimiento de masas y el empeño del nacionalismo de presentar al pueblo como un bloque unido por intereses exclusivamente nacionales. Distorsionan, con este procedimiento, las razones históricas de su emergencia: el protagonismo de las masas, que con acciones y sacrificios repetidos, pusieron en evidencia el callejón sin salida de las relaciones sociales vigentes; por último, la conexión de la crisis social y política en un país con la declinación histórica del conjunto del sistema nacional dominante. La pretensión de representar a la nación o el slogan de la unidad nacional apuntan a justificar el sometimiento político de la clase obrera a lo que se bautizaría “la comunidad organizada”. Es la justificación ideológica del maniatamiento de los sindicatos por parte de una burocracia integrada al Estado.
El movimiento nacional -civil o militar-
es una expresión del cepo que la dependencia del capital financiero
internacional pone al desarrollo de las fuerzas productivas en los
países de la periferia capitalista. Es la expresión de una lucha por
defender la parte del ingreso nacional en los recursos que genera el
conjunto de la economía mundial. El chavismo no se limitó a utilizar la
renta petrolera de Venezuela para el desarrollo de programas sociales de
gran alcance; antes de esto, chocó en forma abierta con el capital
internacional y sus agentes internos para evitar la internacionalización
de PDVSA, la empresa estatal de petróleo, a manos de las bolsas
extranjeras. Esta crisis fue la razón que impulsó el golpe militar que
volteó a Chávez, en abril de 2002, y el sabotaje petrolero a finales de
ese año. En esas fechas, el precio del barril de petróleo todavía se
encontraba apenas por encima de los diez dólares, de modo que no es
cierto que en la crisis jugara un papel determinante la captura de la
renta minera extraordinaria que surgiría luego, debido al alza
internacional de precios. La movilización popular que derrotó al golpe
de abril y luego al sabotaje petrolero fueron los ’17 de Octubre’ del
chavismo, el cual ya se esbozó con el levantamiento de 1992. Una ironía:
Hugo Chávez despidió a las masas que se habían movilizado para
liberarlo del golpe fascistoide con una llamada a “volver a casa”.
Chavismo y relaciones de propiedad
La derrota del golpe ‘cívico-militar’ convirtió a las fuerzas armadas en chavistas, una consistencia que atravesó la prueba del sabotaje petrolero. El arbitraje político de Chávez encontró en la chavización de las fuerzas armadas un asiento sólido. Este maridaje se fortaleció cuando Chávez resolvió a su favor un enfrentamiento con el general Baduel, el paracaidista que lo rescató en 2002 y que luego se convirtió en la autoridad máxima del ejército. Otra cosa importante es que, incluso en el momento más recio del sabotaje petrolero, la banca internacional no interrumpió el financiamiento a Venezuela, ni Chávez dejó de pagar la deuda externa. Por eso, la nacionalización de algunos bancos -una medida fundamental para cualquier transformación social y para la industrialización- no se produciría hasta muy recientemente, cuando -irónicamente- el Banco Santander consiguió ser comprado por el Estado para hacer frente a la crisis bancaria internacional con el dinero de la jugosa indemnización. En los momentos más duros de sus enfrentamientos recíprocos, el capital financiero internacional tuvo muy claro que el chavismo no tenía interés en romper con las Bolsas, ni era -mucho menos- enemigo de la propiedad privada. Las nacionalizaciones generosamente indemnizadas pierden su contenido anticapitalista, donde el Estado canjea dinero fiscal por capital, y el capital se canjea en dinero privado.
La derrota del golpe ‘cívico-militar’ convirtió a las fuerzas armadas en chavistas, una consistencia que atravesó la prueba del sabotaje petrolero. El arbitraje político de Chávez encontró en la chavización de las fuerzas armadas un asiento sólido. Este maridaje se fortaleció cuando Chávez resolvió a su favor un enfrentamiento con el general Baduel, el paracaidista que lo rescató en 2002 y que luego se convirtió en la autoridad máxima del ejército. Otra cosa importante es que, incluso en el momento más recio del sabotaje petrolero, la banca internacional no interrumpió el financiamiento a Venezuela, ni Chávez dejó de pagar la deuda externa. Por eso, la nacionalización de algunos bancos -una medida fundamental para cualquier transformación social y para la industrialización- no se produciría hasta muy recientemente, cuando -irónicamente- el Banco Santander consiguió ser comprado por el Estado para hacer frente a la crisis bancaria internacional con el dinero de la jugosa indemnización. En los momentos más duros de sus enfrentamientos recíprocos, el capital financiero internacional tuvo muy claro que el chavismo no tenía interés en romper con las Bolsas, ni era -mucho menos- enemigo de la propiedad privada. Las nacionalizaciones generosamente indemnizadas pierden su contenido anticapitalista, donde el Estado canjea dinero fiscal por capital, y el capital se canjea en dinero privado.
La propaganda antichavista, en especial
la del sionismo, imputa a Chávez intereses siniestros a su alianza con
Irán. Se trata de otra cosa: el eje Venezuela-Irán es fundamental para
contrarrestar la presión de Arabia Saudita y los emiratos del Golfo,
instigados por las petroleras anglo-franco-yanquis para que la Opep
reduzca los precios del petróleo. Chávez y los ayatollahs defienden la
parte de sus países en el ingreso económico mundial -incluso si esto
perjudica a naciones no petroleras de la periferia. En compensación,
Chávez ha otorgado a varias de ellas precios preferenciales, por lo que
ha fortalecido con ello la autoridad de Venezuela en la disputa
energética.
El chavismo proclama un “socialismo de siglo XXI”, pero es un socialismo de reparto parcial de la riqueza social, no de la transformación del capital en propiedad pública, ni del Estado en dirección colectiva de las masas. La llamada “redistribución del ingreso” ha mejorado considerablemente, a partir de niveles miserables, pero ese ingreso sigue siendo el de la renta petrolera. Chávez ha procedido a numerosas nacionalizaciones, las principales a cambio de indemnizaciones generosas para los grandes capitales: Verizon, la norteamericana de telecomunicaciones; Sidor, la siderúrgica de Techint, pagada con extrema generosidad; lo mismo las cementeras del mexicano Slim. En el campo no ocurrió lo mismo, porque se comprobó que los títulos de propiedad de los expropiados eran fraudulentos. Estas nacionalizaciones no respondieron a un plan; fueron improvisadas por la propia crisis. La planificación requiere el concurso consciente del proletariado, su independencia política de clase. Por ejemplo, cuando faltó cemento para los planes de vivienda o cuando el gobierno no logró conciliar el choque de Techint con los obreros de Sidor, se nacionalizaron las cementeras y las siderúrgicas -pero no cambió, por eso, en forma sustancial la producción de unas y otras, sino la importación. Los grandes capitales hicieron los petates cuando concluyeron que no les interesaba el escenario económico prevaleciente. Pero Venezuela no se transformó en país industrial; sigue siendo monoproductor de combustible. La redistribución de ingresos se hizo con la caja de PDVSA, la cual se encuentra muy endeudada y con un fuerte desequilibrio económico debido al congelamiento del valor del bolívar en un contexto inflacionario. Los límites de PDVSA se manifiestan en el lugar protagónico del capital extranjero (con la única exclusión de Exxon) en la explotación de la Franja del Orinoco. La crisis de PDVSA es la razón principal de la decisión reciente de devaluar el bolívar fuerte (darle más moneda nacional por dólar exportado).
El chavismo proclama un “socialismo de siglo XXI”, pero es un socialismo de reparto parcial de la riqueza social, no de la transformación del capital en propiedad pública, ni del Estado en dirección colectiva de las masas. La llamada “redistribución del ingreso” ha mejorado considerablemente, a partir de niveles miserables, pero ese ingreso sigue siendo el de la renta petrolera. Chávez ha procedido a numerosas nacionalizaciones, las principales a cambio de indemnizaciones generosas para los grandes capitales: Verizon, la norteamericana de telecomunicaciones; Sidor, la siderúrgica de Techint, pagada con extrema generosidad; lo mismo las cementeras del mexicano Slim. En el campo no ocurrió lo mismo, porque se comprobó que los títulos de propiedad de los expropiados eran fraudulentos. Estas nacionalizaciones no respondieron a un plan; fueron improvisadas por la propia crisis. La planificación requiere el concurso consciente del proletariado, su independencia política de clase. Por ejemplo, cuando faltó cemento para los planes de vivienda o cuando el gobierno no logró conciliar el choque de Techint con los obreros de Sidor, se nacionalizaron las cementeras y las siderúrgicas -pero no cambió, por eso, en forma sustancial la producción de unas y otras, sino la importación. Los grandes capitales hicieron los petates cuando concluyeron que no les interesaba el escenario económico prevaleciente. Pero Venezuela no se transformó en país industrial; sigue siendo monoproductor de combustible. La redistribución de ingresos se hizo con la caja de PDVSA, la cual se encuentra muy endeudada y con un fuerte desequilibrio económico debido al congelamiento del valor del bolívar en un contexto inflacionario. Los límites de PDVSA se manifiestan en el lugar protagónico del capital extranjero (con la única exclusión de Exxon) en la explotación de la Franja del Orinoco. La crisis de PDVSA es la razón principal de la decisión reciente de devaluar el bolívar fuerte (darle más moneda nacional por dólar exportado).
Al igual que las experiencias
nacionalistas del pasado, la de Venezuela ha fracasado en el objetivo de
asegurar un desarrollo nacional autónomo. Esto no es posible en el
estadio de declinación del capitalismo mundial. Pero del mismo modo,
Venezuela emerge de esta experiencia con un Estado más centralizado, con
el retroceso relativo de los sectores más parasitarios del capital
nacional y, por sobre todo, con una presencia más activa de las masas.
Cualquier cambio de frente del proceso económico contará con estos
factores como herramientas de trabajo.
Perspectivas
El chavismo ha combatido el desarrollo de un sindicalismo independiente. El Código de Trabajo introduce conquistas importantes para trabajadores tercerizados, pero impone el arbitraje obligatorio y la facultad del Presidente para decidir la legalidad de cualquier huelga. Las paritarias no se convocan cuando vencen los convenios; los salarios en la gran industria no han mejorado. Hay una estatización de los sindicatos.
El chavismo ha combatido el desarrollo de un sindicalismo independiente. El Código de Trabajo introduce conquistas importantes para trabajadores tercerizados, pero impone el arbitraje obligatorio y la facultad del Presidente para decidir la legalidad de cualquier huelga. Las paritarias no se convocan cuando vencen los convenios; los salarios en la gran industria no han mejorado. Hay una estatización de los sindicatos.
La muerte de Chávez bloquea la
posibilidad de que las masas de Venezuela agoten la experiencia política
con su tentativa nacionalista. Las críticas o decepciones que pueda
provocar la nueva gestión dejarán a salvo a esta experiencia histórica
tomada en su conjunto. Desde el punto de vista del desarrollo de la
conciencia de clase, la muerte de Chávez representa un bloqueo.
La muerte de Chávez crea, objetivamente,
una crisis de régimen político, el del poder personal. Los sucesores
deberán encontrar una salida alternativa. Gran parte del círculo que
gobierna representa lo que el mismo pueblo chavista llama la “derecha
endógena”. Una alternativa es que, luego de las próximas elecciones, el
sistema político se ‘kirchnerice’ (algo irónico cuando se acusa a los K
de ‘chavizarse’). Consistiría en una cierta parlamentarización del
sistema en detrimento del verticalismo actual y de las organizaciones
paralelas a las oficiales -como es el caso de los consejos comunales. El
chavismo no está unido por un programa ni es homogéneo en términos
sociales; aunque bullen las críticas en su seno, funciona como un
aparato de Estado e incluso paraestatal. El nuevo gobierno deberá hacer
frente, sin la autoridad de Chávez, a la desestabilización económica que
crece y a devaluaciones aún mayores de las monedas. Sería un ajuste sin
anestesia, en medio de un cambio de régimen. La última devaluación fue
presentada por el equipo actual como una decisión que Chávez habría
tomado en La Habana. Existe una fuerte crítica interna a la gestión
distorsionada de la información sobre la enfermedad de Chávez, la que se
ha interpretado como funcional al equipo que está al mando.
Después de las nuevas presidenciales,
deberán tener lugar las elecciones municipales, las cuales han sido
postergadas varias veces. Aquí, la oposición de derecha podría
incrementar su representación. La división de la derecha, como lo
observó hace poco Diosdado Cabello -presidente de la Asamblea nacional y
presumible líder de la ‘derecha endógena’- “ustedes están más divididos
que nosotros”. Es cierto. Acicateada por el uribismo colombiano, por
los republicanos de Estados Unidos y por financieros venezolanos, una
minoría activa impulsa la desestabilización. Parece encabezarla el
alcalde de Caracas, Ledezma. Capriles sería la cabeza de la fracción
conciliadora. En esta crisis de conjunto, las fuerzas armadas
constituyen la carta de reserva para bloquear una disgregación política.
Se ha hablado hasta el hartazgo del
liderazgo continental de Chávez. Cuando se mira con más cuidado es ese
liderazgo el que operó, al menos en los últimos años, a la sombra del
empuje de las mineras y contratistas brasileñas, las que han impuesto su
agenda a través del ‘gobierno de los trabajadores’ de Lula y Dilma
Roussef. La Unasur es un satélite de la diplomacia brasileña. Desde las
‘reformas’ en Cuba a las negociaciones con las Farc o los acuerdos con
Irán, el operador fundamental ha sido Brasil, no Chávez -o sea la Bolsa
de San Pablo (un santuario de los grandes bancos de inversión). No es
casual que el Banco del Sur haya muerto a manos de los intereses del
BNDES -el banco de desarrollo de Brasil (el cual financiará las obras
hidroeléctricas de las contratistas brasileñas en la patria chica de
CFK).
Se ha creado una situación nueva en
América Latina. El desafío principal que ella representa es para la
izquierda, la que es marginal a todo este proceso.
Sin embargo, debería ser la protagonista histórica principal. Debería abrirse un debate continental para caracterizar esta nueva situación y sacar de ella todas las conclusiones revolucionarias.
Sin embargo, debería ser la protagonista histórica principal. Debería abrirse un debate continental para caracterizar esta nueva situación y sacar de ella todas las conclusiones revolucionarias.
Jorge Altamira
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