La huelga se destacó por parar los
ferrocarriles -a excepción del Belgrano Norte- contra un Pedraza que
alineó a la UF con Cristina; a varias líneas del subte, dejando a las
restantes con servicios mínimos, ello frente a dos sindicatos que
militaron intensamente contra el paro. La huelga paralizó también a diez
líneas de colectivos de Ecotrans, a la UTA Córdoba y a los choferes
mendocinos contra la burocracia de Roberto Fernández. Fue maciza en el
cordón industrial de Rosario y muy importante en la docencia de casi
todo el país, contra un Yasky que llamó a carnerear.
El trabajo de la izquierda y del
clasismo en los sindicatos excedió largamente su presencia masiva y
militante en decenas de piquetes de todo el país. La izquierda fue clave
en la batalla política del subte y en los ferrocarriles, así como en
las líneas de transporte. Se pararon las principales plantas gráficas,
donde la Naranja preparó la medida en un asado de 130 activistas el
sábado anterior. Esa labor también fue decisiva en fábricas del Smata
(véase Honda Guerrero, pág. 10) y en decenas de metalúrgicas. AGD-UBA
paró la universidad contra todo el sindicalismo pro kirchnerista. El
Sitraic les paró las obras de la zona sur a la patronal y a Gerardo
Martínez. La Coordinadora Sindical Clasista y el PO desarrollaron una
agitación fabril y un trabajo de asambleas y organización desde el mismo
10 de octubre, cuando Micheli anunció en la Plaza de Mayo la voluntad
de hacer un paro nacional. No esperamos la fecha, innecesariamente
dilatada, para realizar un gran trabajo que dio formidables frutos.
Desde luego, el paro de señaleros fue
clave en los ferrocarriles. Pero sólo sirvió de excusa para facilitar la
adhesión del resto de los trabajadores. En centenares de fábricas, los
trabajadores se complotaron para el faltazo masivo el día previo, en
forma solapada, sorteando a la patronal y a su burocracia sindical, pero
de manera colectiva. En el marco de un gran ausentismo y de marcada
bronca obrera por el impuesto al salario, Ford y VW interrumpieron la
producción por “falta de insumos”. Cables Lear del Smata Tigre, paró en
un 80% contra Pignanelli. En camioneros, pararon sectores precarios y
tercerizados por primera vez en estos diez años.
El protagonismo de los piquetes sirvió
para darle un carácter activo al paro, después de la negativa de Moyano a
movilizar a la Plaza de Mayo. Los piquetes expresaron la militancia
sindical, expusieron las reivindicaciones del paro ante el conjunto del
país y le dieron cohesión a la clase obrera, frente al poder patronal
que se desplegó con toda su fuerza contra el paro. El gabinete nacional
no se ahorró ataques por “extorsión” y “aprietes” a la gran huelga. Pero
se cuidó de ocultar las brutales intimidaciones de las patronales y del
propio Estado contra los trabajadores que querían parar, a través de
amenazas de sanciones, descuentos de premios y otras represalias. El
paro, sin embargo, no dependió de los piquetes: cuando éstos se
constituyeron, el país ya estaba parado. La adhesión a la huelga nació
de las entrañas del movimiento obrero. Los sectores que trabajaron lo
hicieron bajo el peso de la burocracia sindical oficial, y de ningún
modo por la voluntad de la base obrera.
Una quiebra en los sindicatos
El paro dejó planteada
una quiebra política y sindical de los aparatos que fueron desbordados
por sus bases y, en especial, de aquellos que militan en las
“izquierdas” kirchneristas, como los de Yasky y Pianelli. El paro
reforzó la organización clasista del movimiento obrero y socavó las
bases de toda la burocracia sindical. Incluso en los pesados aparatos de
la CGT Moyano o la barrionuevista, el activo más combativo y clasista
tomó en sus manos la tarea de asambleas, por caso en técnicos
aeronáuticos, plásticos, papeleros o perfumistas.
Más allá del protagonismo de la CTA Micheli, la central no pudo parar los dos gremios industriales donde tiene influencia: la seccional San Fernando del Neumático y la UOM de Villa Constitución. Ello plantea un debate y un balance político, al igual que, por el lado de la izquierda, el caso de Kraft, que no paró.
Más allá del protagonismo de la CTA Micheli, la central no pudo parar los dos gremios industriales donde tiene influencia: la seccional San Fernando del Neumático y la UOM de Villa Constitución. Ello plantea un debate y un balance político, al igual que, por el lado de la izquierda, el caso de Kraft, que no paró.
Ruptura de la clase obrera con el gobierno
El contundente paro
nacional plantea una ruptura política de la clase obrera con el gobierno
kirchnerista. Un gobierno que pretendió tener a la CGT como su columna
vertebral ha sufrido una masiva huelga nacional. Después del 8N y el
20N, se ha quebrado definitivamente el carácter de gobierno
plebiscitario en el que Cristina basa su régimen de poder personal.
Se trató de una gran huelga política,
como todo paro nacional. Pasó por encima de las enormes diferencias
interiores de la clase obrera, desde los que se movilizan por el
impuesto a las ganancias, pasando por los que dependen de un salario
familiar para subsistir o los jubilados, hasta los flamantes desocupados
por el parate industrial o de la construcción. Estas reivindicaciones
de la huelga, como el rechazo a la ley de ART o a la desvalorización de
los convenios y jubilaciones como consecuencia de la inflación, son
incompatibles con la política del gobierno. Los reclamos del paro chocan
con la devaluación en marcha, los ajustes provinciales del gasto
educativo, sanitario y social y los impuestazos. La clase obrera ha
cuestionado una orientación social destinada a sostener la deuda pública
usuraria y rescatar el régimen de privatizaciones a costa de los que
trabajan. Lo mismo vale para la confiscación de la obras sociales,
provenientes de los aportes obreros.
La tendencia a la huelga general que
caracterizamos en la Conferencia Sindical convocada por el PO en abril
se manifestó este 20 de noviembre. Su realización cambia el escenario,
incluso posterior al 8N, porque coloca los reclamos de la clase obrera
en la primera plana de la crisis nacional, y plantea la oportunidad de
encolumnar tras ellos al descontento de otras clases populares. Esto va
de punta con la demagogia de la oposición tradicional, que salió a
“comprender los reclamos” pero dejó ver, al mismo tiempo, su rechazo
visceral a la huelga y a los piquetes. Los Macri, Binner, De Narváez o
De la Sota, ni hablar de la Mesa de Enlace, propugnan como salida una
devaluación, el “sinceramiento” de tarifas e impuestazos que ya pusieron
en marcha en sus provincias.
Se han acelerado las condiciones para
luchar por la fusión del movimiento obrero y la izquierda
revolucionaria, tal como lo planteamos en nuestro XXI Congreso en julio.
Tenemos por delante una gran tarea en dos sentidos: la continuidad de
un plan de lucha que ya empezó a tomar la forma de un paro activo de 36
horas, por un lado. Por el otro, desarrollar la alternativa política
obrera y socialista a la presente crisis, para que el agotamiento
evidente del kirchnerismo pueda desembocar en una salida propia de los
trabajadores. Un colosal terreno preparatorio de esa lucha serán las
elecciones de 2013, donde se van a delinear los bloques políticos que
van a disputar el desenlace de esta nueva etapa política.
Nestor Pitrola
Nestor Pitrola
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